lunes, 10 de mayo de 2010

medicina

El origen de la medicina se pierde en la oscuridad de los tiempos más remotos de la historia del hombre, pues con él nació, a tenor de la ley de conservación de su existencia; de ahí que haya surgido de manera simultánea con el sufrimiento de la humanidad. En sus primeras épocas era monopolio de los sacerdotes, quienes no por dignos dejaron de explotarla en su provecho. Más tarde el genio prodigioso de Hipócrates la sustrajo a las concepciones fantásticas del empirismo supersticioso, y la elevó sobre la base sólida de la observación y del método racional. Platón le imprimió el sello de su filosofía, modificada después por las ideas exactas de Aristóteles que crearon los inmutables principios de las que fueron las precursoras de las ciencias actuales.1

Al igual que las demás ciencias, la medicina sufrió diversas vicisitudes en el accidentado curso de la historia, pues si bien disfrutó en principio etapas de marcado progreso, tuvo más tarde otras oscuras como las del período de la Edad Media, para volver a brillar con el Renacimiento. Entre muchos elocuentes ejemplos merece mencionarse el inicio el 17 de abril de 1766 de la gran etapa del progreso médico, cuando un joven apenas conocido, nombrado William Harvey hizo la primera comunicación de su descubrimiento de la circulación sanguínea.2 Y qué decir de Edward Jenner, quien a finales del siglo XVIII llevó a la práctica su famoso descubrimiento de la vacuna, para convertirse con ello en protagonista de una de las primicias más relevantes de la medicina preventiva,3 no obstante la influencia aún ejercida por las concepciones imaginativas y empíricas.

Aunque es preciso reconocer que las ideas filosóficas influyeron hasta cierto punto en el pensamiento médico, no es menos cierto que el método exacto estaba lejos de ser aplicado a la medicina. Los procedimientos de investigación eran insuficientes, a la vez que muy pobres las nociones acerca de la etiología y la patogenia. Asimismo la terapéutica, que trataba de huir del empirismo, caía en frecuentes errores; de ahí la importancia de los dos descubrimientos antes mencionados.

El siglo XIX, que arrancó por entero de la Revolución Francesa en el orden político, con la proclamación de las formas del derecho público y con la promulgación de leyes de carácter democrático, fue también una centuria de fecundidad científica y la medicina moderna fue una de sus grandes creaciones. Entre otros abundantes logros de esta época, procede citar el descubrimiento del vector de la fiebre amarilla y el anuncio en 1881 de la teoría metaxénica de la transmisión de enfermedades por el inmortal sabio cubano Carlos J. Finlay Barrés.4

Si difícil ha sido hacer un somero recuento de la evolución de la ciencia médica a través del tiempo hasta el siglo XIX, tanto o más complejo resulta sintetizar sus adelantos durante el siglo XX que acaba de concluir en el poco espacio disponible para un artículo de revista, por cuanto se corre el riesgo de incurrir en omisiones de nombres y de descubrimientos importantes. Baste decir que a lo largo de esa centuria un total de 172 científicos obtuvieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, desde que en 1901 inauguró la lista de los galardonados el alemán Emil Adolph von Behring,5 hasta que en el 2000 la cerraron el sueco Arvid Carlsson y los estadounidenses Paul Greengard y Eric Kandel.6 En realidad los Premios Nobel han trazado la senda de la ciencia moderna, y prueba elocuente de ello es que a principios de siglo XX se podían contar por cientos o miles los científicos concentrados en unos pocos países de Europa y América del Norte, mientras que hoy día son millones los que se distribuyen por todo el mundo.

Esta apretada síntesis de los éxitos de la medicina en el siglo XX se puede iniciar con el avance farmacológico, a cuyo efecto es justo enfatizar el desarrollo de un gran número de vacunas que han ocupado un lugar relevante en el incremento de la expectativa de vida de niños y adultos, en virtud de su acción preventiva contra múltiples y peligrosas enfermedades. El primer destello de comprensión del funcionamiento de la inmunidad humana había tenido lugar en 1797 con las vacunas contra la viruela de Jenner.3 Los primeros científicos que obtuvieron los Premios Nobel de Fisiología o Medicina concedidos a principios del siglo XX, fueron precisamente aquellos que habían hecho gran parte de su trabajo en décadas anteriores con el fin de controlar las enfermedades infecciosas que estaban cobrando muchas vidas humanas. Pocas familias escapaban entonces a los terribles efectos de la tuberculosis, el paludismo, la sífilis, el cólera, la gangrena, la lepra, la influenza, la difteria y la disentería.

Cuando se pudo demostrar que las bacterias eran las causantes de muchas infecciones, los científicos comenzaron a preocuparse más por destruirlas, que por buscar paliativos contra los síntomas que producían. De tal manera, los métodos establecidos por el bacteriólogo alemán Robert Koch a raíz de haber aislado la bacteria desencadenante de la tuberculosis, se emplean todavía en la microbiología médica, cuyo desarrollo se debe en gran parte a sus esfuerzos para cultivar e identificar las bacterias.7

La biología es una ciencia que subyace dentro de la medicina, lo cual se expresa en el afán del hombre por buscar y aprender lo más posible acerca de los seres vivos, en especial del propio hombre. La exploración de la biología celular se ha podido llevar a cabo gracias al desarrollo del microscopio electrónico durante la década de los años 30, y con cuya ayuda Max Delbrück, Alfred D. Herhey y Salvador Luria pudieron observar el modo en que los virus atacan a las células vivas, a la vez que Albert Claude, Christian R. De Duve y George E. Palade lograron ofrecer por primera vez una visión detallada acerca de las estructuras celulares conocidas como organelas, las cuales producen y atesoran los procesos químicos de la vida.8,9

La idea de que los organismos microscópicos podían ser causantes de diversos males, impulsó a enfrentarlos con productos químicos capaces de eliminarlos sin dañar a las células, o bien con sueros que ayudaran a elevar las defensas del cuerpo. Así el desarrollo de antibióticos a base de sulfa del alemán Gerhard Domagk,10 el descubrimiento de la penicilina por Alexander Fleming11 y el de la estreptomicina por Selman A. Waksman12 produjeron avances sorprendentes en la terapéutica médica, por cuanto a partir de estas contribuciones se pudieron revelar muchos grandes misterios, incluso el de factores capaces de transformar los rasgos de un individuo.

Cuando se pudo demostrar la estructura del ADN, se abrieron nuevas posibilidades a la biología molecular. Los científicos dedicados a esta disciplina descubrieron que los genes, además de codificar las proteínas, regulan el modo en que las células las producen. Por otra parte, se demostró cómo el "lenguaje" de los genes garantiza la inserción organizada de los aminoácidos en las moléculas proteínicas; se halló el código genético de varios virus como el VIH causante del SIDA, que interactúa con los genes de las células, y se encontraron a las enzimas que dividen el ADN en sitios específicos.13

A estos logros se pudieran agregar, entre otros muchos, la enorme cantidad de vidas que se han salvado con la terapia de rehidratación en los procesos diarreicos; la disminución de la mortalidad perinatal e infantil (punto de referencia importante, que sirve de indicador del progreso humano y social); el éxito y la repercusión de los trasplantes de órganos; los progresos de las técnicas diagnósticas por imágenes; así como también la aplicación de la psicoterapia y la terapia de grupo, que han posibilitado mejorar la calidad de vida de muchos enfermos y la de sus familias.

Estos éxitos de la medicina durante el siglo XX, citados en apretada síntesis, no han sido frutos de la casualidad, pues han requerido la consagración total a la investigación de miles de científicos involucrados en la noble tarea de llevar adelante el objetivo común de salvar vidas y de mitigar el dolor humano.

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